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Alma Delia Murillo

15/09/2018 - 12:05 am

Coger por consenso

Dices en tu columna: “Me preocupa, mucho, la confusión del abuso o el hostigamiento con el deseo” y creo que en lo concerniente a los feminismos, no hay tal confusión.

“Después de la orgía”. Escultura de Fidencio Lucano Nava. Foto: Carmen Contreras

La semana pasada escribí en este espacio una columna que llamé ¿Coger con ganas o coger con protocolo? 

Mi cuestionamiento generó una conversación en el espacio digital y provocó varias respuestas interesantes, entre ellas la de la columnista Valeria Villa y esta, de Carmen Contreras, que aquí comparto con inmensa alegría: abrimos espacio para discutir diferencias en torno al neo-feminismo y la libertad sexual de las mujeres.

Alma, es cierto lo que dices: “el cuerpo nos determina”. Agregaría que el sexo no es sólo Biología que nos clasifica a las personas como pene o vagina; como seres capaces o incapaces de reproducirnos. El cuerpo tiene un significado social y el sexo da pie a relaciones de poder. Sociedad y poder, entonces, también nos determinan al desear, excitarnos y querer aceptación. Además, las formas en las que deseamos y obtenemos placer cambian durante nuestra vida y hay un peso de la cultura y la Historia en el cauce de nuestras pasiones.

El feminismo y sus distintas variantes (liberal, marxista, culturalista, psicoanalista, activista) ha contribuido a hacer visibles las relaciones de poder entre mujeres y hombres en la cultura, la economía, la política y su influencia en el sexo, entendido como el juego entre nuestras identidades de género para cogernos, masturbarnos y erotizar el cuerpo de la persona que deseamos. Estos feminismos no pretenden “normar” el sexo, al contrario, siempre han ido remando contra corriente sobre lo normado y las prescripciones de los grupos conservadores. Han puesto en evidencia que durante varios siglos, —desde la “perversa” Eva—, a las mujeres se nos ha negado la capacidad del placer por el placer, coger por el gusto de coger, sin el fin social de ser esposas, madres y formar una familia bajo un modelo que se considera el “ideal”, llamando a aquellas que están fuera de este ideal “defectuosas y mal nacidas”, como diría Santo Tomás de Aquino. Los feminismos han expuesto los abusos cometidos bajo las relaciones de poder, en donde los hombres tienen ventajas por el hecho biológico de ser hombres y también nos han explicado por qué hay competencia entre mujeres para lograr la consideración de los hombres.

Dices en tu columna: “Me preocupa, mucho, la confusión del abuso o el hostigamiento con el deseo” y creo que en lo concerniente a los feminismos, no hay tal confusión. No han pretendido hacer un manual para limitar el deseo, pero desde Simone de Beauvoir, hay una amplia literatura que muestra que el sexo bajo el yugo de la obligación y la culpa es una muerte en vida. Han buscado que conozcamos (mujeres y hombres) nuestro cuerpo, ser capaces de sentirlo y aceptarlo como es, fuera de los estándares sociales, para llegar a la cama con otro u otra por una libre decisión de ambas partes. Como Kate Millet lo decía: un amor entre seres libres y no un amor que sea opio de las mujeres. Las corrientes del pensamiento feminista no persiguen quemar los libros de Marguerite Duras, o prohibir las canciones de Maluma, pero sí han estado en contra de que las personas sientan pena y frustración por no parecerse a los modelos inalcanzables e irreales del sexo que presenta la pornografía: sexo con fluidos transparentes, entre personas sin barriga, con enormes falos, tetas y pubis y que parecen gemir como androides programados.

Los feminismos se han puesto a indagar sobre el poder a través del sexo, dinero e “influencias” para cometer abusos principalmente contra niñas, niños y mujeres. Han tenido la crudeza para mostrar que no todas las relaciones sexuales son bajo consenso. Se han puesto a normar para atacar el abuso de poder, como el que se da cuando un adulto se masturba frente a una joven en el Metro. Ataca el abuso de poder porque obstaculiza la realización de los derechos de otras personas. Es cierto que “…existen grupos que se empeñan en dictar reglas de conducta para decir cómo hay que empatizar, moralizar, amar y desear.” Pero esos grupos no se derivan de los feminismos de los que hablo. Dichos grupos se parecen más a los pro-familia que buscan anular las leyes que reconocen el matrimonio entre personas del mismo sexo o las lecciones de sexualidad en los libros de texto. Esos grupos se llaman así mismos “preservadores de la moral y del orden social” que les reporta ganancias.

Los feminismos han atravesado por siglos de pensamiento social y filosófico para cuestionar el poder y hacerse esta pregunta: ¿Por qué no tenemos aún las condiciones de coger por el placer de coger bajo el consenso claro y explícito que merece toda persona? Hoy, muchas mujeres de la nueva ola feminista (con recursos y tiempo), han creado un feminismo líquido (tomo el concepto de Zygmunt Bauman). Este feminismo está muy presente en las redes sociales. Carece de humildad para acercarse a la realidad de mujeres menos privilegiadas. Se interesa en protagonizar y hace hilos sobre anécdotas individuales sin detenerse a tomar oxígeno para el análisis. Confía más en un número de seguidores que en la maduración de las ideas.

El “feminismo líquido” nos enfrenta a la necesaria auto-crítica, que si se deja de lado, nos meterá en un monólogo inútil.

A mí, Alma, te confieso, eso es lo que me preocupa.

Carmen Contreras

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